Conozco Cuba. Creía conocer
Cuba, me corrijo. Tuve ocasión
de visitarla varias veces. En las primeras, siempre junto a Guillermo, me
deslumbraron sus encantos naturales, todos, incluyendo su gente, su clima, su
geografía. Y, cómo negarlo, me rendí ante los memoriales de su historia y de su
heroica Revolución: el Cuartel Moncada en Santiago, el Mausoleo del Che en
Santa Clara, el Museo y la Plaza de la Revolución en La Habana y todos los
recorridos que figuran en las guías para viajeros.
Ya en mi penúltima
visita, en mayo de 2015, fui en busca de rehabilitación para la Esclerosis
Lateral Amiotrófica que me fue diagnosticada. Viajé con la tierna compañía de
mi hija Magdalena, que estuvo a mi lado los primeros diez días de internación
en CIREN (Centro Internacional de Restauración Neurológica de La Habana).
Entonces tuve ocasión de descubrir -y volver a admirar- una Cuba menos visible
en los catálogos turísticos y tal vez más genuina: la relacionada con su
sistema de salud. La franca empatía de los cubanos en general se me reveló -se
nos reveló (a Magdalena, a Guillermo y a mí) como un naturalizado ejercicio de
la solidaridad y como una manera de ejercer cierta visión humanista de estar en
el mundo que los caracteriza.
Pero en mi más reciente experiencia en la capital de la isla, impulsada otra vez por la amorosa decisión de Guillermo (que obviamente acepté y compartí), y nuevamente en busca de al menos una modestísima mejoría o un alivio, así sea transitorio, para la progresión de mi enfermedad, Cuba me volvió a sorprender. Esta vez la diferencia -cada experiencia es siempre otra y única-, fue que mi acompañante en el viaje y en los diez días iniciales de las cuatro semanas de tratamiento fue mi hijo Juan. Junto a él empujando mi silla de ruedas dentro y fuera de CIREN conocí otros costados, otras realidades, otra respiración de este país singular. Por eso lo que sigue ya no es un texto mío sino un testimonio experimentado, sentido, pensado y escrito por los dos.
Imágenes de la Cuba que viví en 2015, en CIREN y junto a Magdalena y Guillermo. |
Pero en mi más reciente experiencia en la capital de la isla, impulsada otra vez por la amorosa decisión de Guillermo (que obviamente acepté y compartí), y nuevamente en busca de al menos una modestísima mejoría o un alivio, así sea transitorio, para la progresión de mi enfermedad, Cuba me volvió a sorprender. Esta vez la diferencia -cada experiencia es siempre otra y única-, fue que mi acompañante en el viaje y en los diez días iniciales de las cuatro semanas de tratamiento fue mi hijo Juan. Junto a él empujando mi silla de ruedas dentro y fuera de CIREN conocí otros costados, otras realidades, otra respiración de este país singular. Por eso lo que sigue ya no es un texto mío sino un testimonio experimentado, sentido, pensado y escrito por los dos.
Recorriendo Habana Vieja. |
Cuba es una isla. La
mayor de las Antillas, se la llama. Pero no deja de ser una pequeña isla, territorialmente
pequeñísima si se la compara con el gigante del norte, ya que los EEUU no sólo
son equivalentes en superficie a ¡noventa! Cubas sino que cuentan con el 50%
del poderío militar de todo el planeta.
Y sin embargo, contra esa pequeñez material, Cuba es inabarcable, ilimitada, inmensamente múltiple, rica y compleja en su historia y en su presente. En su belleza y en sus contradicciones. En su geografía y en su gente.
Desde el vamos y no sin cierta frustración de mi parte, la rotunda franqueza de mi hijo me hizo saber que la visita a los lugares icónicos de La Habana no le interesaba tanto como conocer de primera mano cómo viven, piensan, aceptan o resisten los cubanos su realidad. Quería bucear en esta Revolución que lleva ya casi sesenta años, con todo lo que el paso de ese tiempo implica y con todo lo que este presente global les impone a los cubanos.
Así fue que Juan, desde que pisó suelo habanero y en el tiempo que le dejaba libre la necesidad de asistirme, recorrió la ciudad durante esos diez días en alerta constante, buscando las señales que le permitieran encontrar algo más que lo que proponen las páginas web o lo que callan o mienten los medios sobre esta isla cuya tenaz resistencia al asedio imperial tanto les incomoda.
Confieso que no me sentía segura de poder orientar a Juan en su búsqueda. Procuré inicialmente (y logré), en el tiempo libre que me dejó el programa de rehabilitación, hacerle conocer, al menos de afuera, La Bodeguita del Medio, el Malecón o la playa. Pero él miraba, buscaba y encontraba, además y donde yo ni lo imaginaba, otras cosas, otra Cuba, otras Cubas.
Mientras yo hacía mis
primeras sesiones de fisioterapia Juan caminó varias veces las largas siete
cuadras que separan el hospital del gimnasio y observó, preguntó, me trajo cada
día mangos y guayabas, contactó a responsables de los CDR (Comité de Defensa de
la Revolución), mantuvo una larga y jugosa conversación con un veterinario
jubilado que hoy completa su ingreso trabajando como barrendero y que aceptó dar su
testimonio de fe en el socialismo ante la cámara del celular de Juan, como puede verse aquí abajo:
Sin preguntar, por las dudas nos
dijeran que no, ingresamos y nos ubicamos discretamente en la última fila, pero
-¡ah, la selfie banalidad!- cuando intenté tomar una foto quedé expuesta como
turista o curiosa. Alguien se nos acercó y amablemente nos invitó a que nos
retiráramos porque se trataba de una reunión interna del Partido Comunista
Cubano (!). Salimos, Juan se disculpó y luego de presentarse ante un joven que
parecía estar en la organización, le explicó los motivos que nos llevaban a
acercarnos a ese lugar. Gentil y colaborador, el muchacho le sugirió que hablara con el decano de Filosofía y le comunicara sus inquietudes.
La
gestión fue rápida y el directivo académico mantuvo una charla amigable con
nosotros. Mostró interés genuino en el intercambio de visiones y testimonios
sobre la realidad de nuestros respectivos países. El sábado siguiente volvimos
a la Universidad, a un encuentro abierto organizado por el centro de
estudiantes que, bajo el título de Amigos de la Revolución, incluía
conferencias de distintas personalidades, entre ellas de Aleida Guevara, hija
del Che, además de varias comisiones de estudio y debate. Nos acreditamos en
una, sobre Movimientos Sociales, que se realizó en el mismo auditorio de donde
fuimos eyectados dos días antes. Ahora nos recibían como a verdaderos
embajadores. En la previa, una charla con dos miembros de la FEUH (Federación
de Estudiantes de la Universidad de La Habana) tuvimos un anticipo luminoso de
lo que sería el posterior encuentro personal con uno de ellos, Marx Cartagena
(26 de edad, 5º año de Medicina en la ELAM), un pibe de una lucidez y una
capacidad de análisis y reflexión crítica que nos deslumbró.
Participamos a medias en la comisión, aportando, tanto Juan como yo, nuestras respectivas visiones acerca de los movimientos sociales en nuestro país. Pero sobre todo disfrutamos escuchando las intervenciones de las y los estudiantes de Cuba y también de Brasil, Venezuela, México, Mali, Angola, Zaire o Nicaragua, entre otros. Nos disculpamos por retirarnos antes (ya teníamos cita pactada con nuestro amigo Elio Pena Martínez), y recibimos a cambio el agradecimiento de los que conducían el encuentro por haber asistido e intercambiado criterios y experiencias.
Seguramente le faltó
mucho a Juan, nos faltó mucho a los dos por conocer e indagar en el espíritu,
la idiosincrasia y la visión que los cubanos tienen hoy de su propia realidad y
de las perspectivas inmediatas y mediatas que el presente les permite esperar.
No testeamos la vida en las barriadas periféricas ni en la Cuba profunda. Pero
avanzamos unos cuantos pasos más allá de lo que ofrece el circuito turístico y
afines. Y mucho, muchísimo más que lo que dicen, lo que callan y lo que tergiversan los medios de difusión
convencionales. Nos llevamos la imagen de una Cuba única y múltiple a la vez,
consciente de sus insuficiencias, natural y definitivamente dueña de un
comunismo que reconocen perfectible pero jamás negociable, un comunismo que es
comunidad, que es "yo con los otros", un comunismo en el que
solidaridad equivale a cubanidad hasta el límite incluso de la aparente sobreactuación
o la ingenuidad.
Recogimos en estos diez
días impresiones de una Cuba que, contra la escasez con que fue castigada por
el bloqueo genocida, supo construir un socialismo autóctono, independiente
hasta la insolencia, generoso, solidario, pacífico, democrático, fraterno e
internacionalista, tan fiel al Marx original, el gran Carlos Marx, como al más
cercano pero no menos universal José Martí.
Y sin embargo, contra esa pequeñez material, Cuba es inabarcable, ilimitada, inmensamente múltiple, rica y compleja en su historia y en su presente. En su belleza y en sus contradicciones. En su geografía y en su gente.
Desde el vamos y no sin cierta frustración de mi parte, la rotunda franqueza de mi hijo me hizo saber que la visita a los lugares icónicos de La Habana no le interesaba tanto como conocer de primera mano cómo viven, piensan, aceptan o resisten los cubanos su realidad. Quería bucear en esta Revolución que lleva ya casi sesenta años, con todo lo que el paso de ese tiempo implica y con todo lo que este presente global les impone a los cubanos.
Así fue que Juan, desde que pisó suelo habanero y en el tiempo que le dejaba libre la necesidad de asistirme, recorrió la ciudad durante esos diez días en alerta constante, buscando las señales que le permitieran encontrar algo más que lo que proponen las páginas web o lo que callan o mienten los medios sobre esta isla cuya tenaz resistencia al asedio imperial tanto les incomoda.
Confieso que no me sentía segura de poder orientar a Juan en su búsqueda. Procuré inicialmente (y logré), en el tiempo libre que me dejó el programa de rehabilitación, hacerle conocer, al menos de afuera, La Bodeguita del Medio, el Malecón o la playa. Pero él miraba, buscaba y encontraba, además y donde yo ni lo imaginaba, otras cosas, otra Cuba, otras Cubas.
En el Malecón. Al fondo, la fortaleza San Carlos de la Cabaña, del S. XVIII. |
Acompañado por Elio, Juan firma en la pared de La Bodeguita del Medio. |
También encontramos entre
la gente del común -vendedores, taxistas, empleados- algunas opiniones críticas
de las políticas públicas del Gobierno. Ahí también creímos advertir la
idiosincrasia de un pueblo que aprendió a convivir con sus contradicciones
hasta hacerlas parte de su identidad. Algunos se enojan con la supuesta
tendencia a la haraganería, que ellos mismos llaman “cubaneo” y que atribuyen
sobre todo a los empleados públicos y muy especialmente a los funcionarios poco
operativos. Aunque el vicio es universal y denunciado por un abanico que va
desde el Kafka de El proceso hasta el
personaje argento y controversial de Antonio Gasalla, entre muchos otros. Pero
rastreando en la historia, el estigma de vagos o poco rendidores en el trabajo
les fue atribuido a los habitantes de la isla -sobre todo a los aborígenes
esclavizados hasta la extinción y luego a los negros importados de África para
reemplazarlos- por los intereses coloniales de España y más tarde por los
planes anexionistas estadounidenses. Pero hay falsedades que terminan por naturalizarse como verdades en la conciencia colectiva, sobre todo
las impuestas por decisiones imperiales. Como el llamativo uso de la bandera de
barras y estrellas en el diseño de la ropa. Algo que muchos cubanos y cubanas
portan con absoluta libertad y con independencia de su afinidad o no con las
políticas de EEUU para con Cuba. Algo que, como nos señalaba uno de nuestros
ocasionales interlocutores en la isla, no tiene su contraparte en EEUU, donde
nadie se atrevería a portar la bandera cubana en su ropa.
En cuanto a la
autocrítica de los cubanos, en todos los casos advertimos que no es la
Revolución y el sistema político que sostiene Cuba desde hace casi seis décadas
lo que se desaprueba sino, puntualmente, los errores de gestión que en
distintas áreas afectan intereses concretos de la gente. Un enfermero de CIREN,
por caso, aludió con sincero enojo a ciertas inequidades generadas por la
apertura económica de los últimos años; objetó el todavía desprolijo
cuentapropismo o maldijo las formas que adopta la corrupción en el aparato
estatal. Corrupción que, hay que decirlo, comparada con la que opera en el
mundo capitalista, es en Cuba, por sus magnitudes y efectos, más cercana a la
travesura de algunos pillos que a la inmoralidad o al delito
institucionalizados que conocemos. Pero nada en su rezongo rozó siquiera la descalificación
al sistema que rige la dinámica social del país. Más bien al contrario, lamentó
que este presente no siempre honre lo conquistado "al precio de tanta
sangre derramada", nos dijo textualmente.
Y es que en ese enojo y en esa severa autocrítica se puede también
advertir otra herencia: la del que llaman el Apóstol o
padre fundador, José Martí. El mismo que en 1891 expresó: “Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado
preferir un bien a todos los demás […] yo quiero que la ley primera de nuestra
república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Una prioridad que, refutando el falaz "cubaneo" o indolencia, retomaron como bandera los
jóvenes que asaltaron en 1953 el Cuartel Moncada, bastión militar de la
dictadura de Batista. Diezmados pero no vencidos, aquellos muchachos liderados
por el joven abogado Fidel Castro volvieron a alzarse y a reconquistar, en
1959, desde la Sierra Maestra, una cubanía arrojada y activa. Y que sigue reivindicando su vocación
antiimperialista, su solidaridad internacional y la dignidad que les confiere
conocer, ejercer y defender sus derechos básicos a la alimentación, la salud y
la educación para todos.
Qué es un CDR
Uno de los empeños
iniciales de Juan, que enseguida terminé por compartir, fue ver de cerca y
entender cómo funciona hoy un CDR. Pero, ¿cómo encontrar uno o a quien se
aviniera a explicarnos su funcionamiento?
Se le ocurrió averiguar
en la oficina de relaciones internacionales de CIREN. El amable joven de rasgos
mestizos y ojos celestes nos escuchó con curiosidad y, después de reconocer que
"era la primera vez que le preguntaban algo así", se disculpó por no
saber: "trabajo aquí pero vivo en un barrio alejado". Igual, nos
alentó: "pregunten a alguien por la calle, cualquiera los va a ayudar a
ubicar el CDR más cercano, hay uno en cada manzana".
Los CDR son unidades de
participación ciudadana y democracia directa en la gestión de Gobierno. Se
crearon en primeros tiempos de la Revolución como un sistema de autodefensa
frente a los ataques, saqueos, amenazas y conspiraciones de la
contrarrevolución. Con el tiempo las funciones se han ido modificando y
actualmente van desde la búsqueda de soluciones a problemas comunes como agua,
cloacas o tendido eléctrico hasta la mediación o derivación en emergencias
sanitarias o sociales, el fomento de la participación popular en asambleas,
elecciones o decisiones de gobierno. Cada CDR está conducido por un equipo
renovable cada dos años (presidente, vice, etc.) elegido por votación entre los
vecinos de la manzana. El o la presidente del CDR está al tanto y se ocupa de
solucionar también conflictos de violencia intrafamiliar, necesidades de salud,
educación, vivienda o trabajo de cada uno de los vecinos. Esta dinámica hace
que todos y todas se conozcan y se vinculen, un poco a la manera de las
vecindades barriales de hace décadas o de los pueblos chicos del interior de la
Argentina; algo cercano a la perdida y denostada función de aquellas
"chismosas" del barrio que, sin embargo, tantas veces socorrían y
aliviaban urgencias con espontáneo comedimiento. Las demandas que un CDR
no puede satisfacer de manera directa se elevan a una instancia superior, el
Comité de Zona, donde con un criterio asambleario se debaten las problemáticas
presentadas, se evalúan prioridades y se resuelve. El presupuesto con que
se maneja el sistema incluye los aportes fiscales de los cuentapropistas de
cada CDR y la modesta asistencia del Estado.
En su búsqueda, Juan
tuvo dos encuentros altamente productivos con presidentes de sendos CDRs y
hasta fue invitado a una reunión de balance de gestión de un Comité Zonal,
donde conversó con la alcaldesa del municipio, que así se llaman las comunas o
barrios de la ciudad. De esa charla y de la que también mantuvo con un
periodista especializado que cubría el acto, obtuvo rica información también
sobre los cambios que se están produciendo en el país, sobre todo a partir de
la tibia apertura diplomática de las relaciones con EEUU y como consecuencia de
la natural dinámica que impone el devenir de la historia.
Tiempo de cambios
Entre las modificaciones
y adecuaciones que la organización social y política de Cuba ha debido darse en
los últimos tiempos, están los microemprendimientos privados en actividades
económicas productivas o de servicio, que antes eran de exclusiva gestión estatal.
En charla con una amiga entrañable de hace décadas, responsable del área de
teatro de Casa de las Américas, supimos de las dificultades de adaptación
social a los nuevos tiempos. Antes, el Estado era único dueño de los medios de
producción, de la tierra y de todo lo sobre ella edificado, incluyendo las
viviendas. Por lo tanto, nadie era propietario y nadie pagaba impuestos. Ahora,
muchos de los nuevos cuentapropistas se quejan de su obligación fiscal. ¡Pero
cómo!, ¡esta plata la gané con mi esfuerzo! ¿Por qué tengo que dar una parte al
Estado?, reclaman algunos a quienes hay que volver a explicarles que ningún
esfuerzo personal alcanzaría si no estuvieran dadas las condiciones políticas,
económicas y sociales para que su esfuerzo rinda. Hay que volver a explicarles
que de eso se trata el socialismo que tanta sangre costó hace casi seis
décadas, y en cuyo marco tal vez ningún pequeño comerciante o empresario pueda
crecer demasiado para que tampoco nadie quede debajo de la línea de pobreza.
La huelga es una medida
de fuerza que prácticamente no se ejerce en Cuba, no porque esté prohibida. De
hecho, existen los sindicatos y hace unos meses pararon los propietarios de
taxis no oficiales, los que no pertenecen a la flota estatal llamada Cubataxi,
en la que los choferes son empleados públicos. Estos nuevos dueños de los
llamados "almendrones" (los típicos autos cubanos con varias décadas
rodando y bastante precarios en carrocería, chapa y demás), suelen trabajar
levantando a varios pasajeros en un trayecto más o menos fijo, y cobran lo que
quieren o pueden, sin taxímetro ni tarifa previsible. Pero tienen que aportar
un impuesto. Y un día decidieron no salir a trabajar, como modo de presión para
que se les alivie la carga fiscal. El paro provocó un verdadero desmadre ya que
el transporte público sigue siendo una de las deudas pendientes del Estado.
El joven Marx
También buscó Juan
asomarse al mundo académico. Al segundo o tercer día de nuestra estadía,
todavía en la etapa evaluativa de mi internación en la que aun yo no había
empezado las extenuantes rutinas físicas, decidimos hacer una incursión a la
Universidad de La Habana. Erigida sobre una pequeña colina en el barrio El
Vedado, su principal ingreso (imposible para nosotros) es por unas empinadas
escalinatas del frente. Pero detrás, y empujando él mi silla a pulmón, entramos
al predio por una suerte de cuesta o rampa, en un ascenso probablemente menos
fatigoso que subir a la Sierra Maestra. Arriba se levantan varios edificios
destinados a distintas facultades. Entramos en el de Filosofía y justo estaba por
iniciarse una reunión en el salón auditorio Manuel Sanguily, presidido por una imagen de Fidel y su cita "Aquí me hice revolucionario". Juan junto a la estatua "Alma Mater" en el ingreso a la Universidad de La Habana. |
En el Auditorio Manuel Sanguily, de la Universidad de La Habana. Al fondo, Fidel afirma: "Aquí me hice revolucionario". |
En el Auditorio de la Universidad de La Habana. |
Participamos a medias en la comisión, aportando, tanto Juan como yo, nuestras respectivas visiones acerca de los movimientos sociales en nuestro país. Pero sobre todo disfrutamos escuchando las intervenciones de las y los estudiantes de Cuba y también de Brasil, Venezuela, México, Mali, Angola, Zaire o Nicaragua, entre otros. Nos disculpamos por retirarnos antes (ya teníamos cita pactada con nuestro amigo Elio Pena Martínez), y recibimos a cambio el agradecimiento de los que conducían el encuentro por haber asistido e intercambiado criterios y experiencias.
A velocidad crucero Juan
empujó mi silla por las bacheadas calles y veredas cubanas hasta el vestíbulo del hotel
Habana Libre, donde nos esperaban Elio y su esposa Elia con una mochila llena
de libros y revistas sobre Fidel, el Che, Camilo Cienfuegos, y crónicas y
análisis de la Revolución. Conmueve la vehemencia y el ardor de este hombre de
trajinados 76 años, excombatiente de la Revolución, a la que agradece, entre
otras cosas, haberse alfabetizado, haber estudiado en la ex URSS y
haberse graduado de historiador. Es abrumador el despliegue que hace de citas
de Fidel, de anécdotas de la épica revolucionaria, del desembarco del Granma,
del asalto al Moncada, del Che, del bloqueo, de los asedios, los atentados, la
resistencia, el período especial, así como del humanismo, la solidaridad y la
dignidad que hacen parte de la identidad cubana construida por la Revolución y
hoy naturalizada hasta en los más jóvenes o en los más críticos. Todo eso y
mucho más puede entrar sin respiro en el verborrágico discurso de Elio sin que
sea posible interrumpirlo. Junto a él, Juan recorrió el Museo de la Revolución y algunos lugares emblemáticos de La Habana. A continuación, incluimos un video breve en el que saluda a los jóvenes argentinos y otro, un poco más extenso, en el que empieza valorando la Reforma Universitaria argentina de 1918 y termina apasionándose en reflexiones sobre geopolítica y corporaciones mediáticas.
Por fin, lo más rico,
profundo y complejo de nuestra búsqueda fue el encuentro del martes siguiente, en el restaurante El
Palenque, cercano a CIREN, con el joven Marx, estudiante de medicina a punto de graduarse en
la ELAM, mexicano, hijo de guerrilleros vinculados al Movimiento
Zapatista (su padre perdió una pierna en una acción armada), cuyas reflexiones nos parecieron de una audacia, una consistencia,
un compromiso y una sinceridad que nos admiró. Sobre todo,
teniendo en cuenta sus jóvenes 26 años.
Coincidimos con Juan en
que tal vez hayamos estado frente a frente con alguien dotado para pensar,
liderar y/o dirigir procesos sociales y políticos de signo progresista en el
futuro cercano. Es evidente que su formación, desde lo familiar (su nombre es indudable
estigma que parece orientar su destino) hasta lo académico, lo ha provisto de
las mejores herramientas culturales e ideológicas. Pero es probable también que
este inminente médico no tenga completa conciencia de cuánto de los dones con
que lo privilegió la naturaleza pueden (y ¿deben?) revertirse hacia la sociedad
bajo la forma de liderazgo o conducción. En cambio, nos comentó al pasar que su
proyecto, cuando se gradúe, es irse junto a su novia brasileña y también
estudiante de medicina, a ejercer la profesión en alguna de las zonas más
precarizadas de la selva amazónica. Un objetivo nobilísimo, romántico y de
humana entrega a la vez, pero que, a nuestro juicio, parece quedarle chico a
este joven Marx, si se tiene en cuenta la estatura de sus capacidades.
Juan y Elio Pena Martínez, en el Museo de la Revolución. |
Juan y Olga en CIREN. |
Junto a la imagen de Vilma Espín (1930-2007), combatiente, dirigente política de la Revolución y esposa de Raúl Castro. |
Paradojalmente -o no
tanto- de esa síntesis nos habló nuestro joven Marx. Y nos ayudó a enhebrar las
otras experiencias, los otros testimonios, las muchas diversidades que en estos
diez días conmovieron nuestros modestos mundos interiores.
Juan y Olga, agradecidos.
Juan y Olga, agradecidos.
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