VOLVER A LA HABANA
En el bus de regreso a La Habana, el domingo 21, algunos jurados aprovechamos para abordar los textos cuya lectura adeudábamos. Otra jurado y quien esto evoca leíamos casualmente la misma obra que, aún no lo sabíamos, resultaría ganadora en su categoría. Y coincidíamos, cada una a su momento, en celebrar con espontáneas carcajadas la chispeante dinámica de las réplicas.
Mesa sobre el teatro de lo real y lo social. A mi derecha, Charo Francés; a mi izquierda, Ma. Teresa Zúñiga, Vivian Martínez Tabares, Roxana Pineda, Alexis Díaz y Diego Sánchez. |
María Clara Millán y Leo Brower, en la Sala Che Guevara de Casa de las Américas. |
Entre estos últimos, el enorme compositor, guitarrista clásico y director de orquesta Leo Brower se prestó, con la afable sencillez que es marca registrada de la cubanía, a la charla con los asistentes interesados. Generosidad que, entre otros, también agradeció la música y guitarrista María Clara Millán, mi acompañante.
Finalmente, el jueves 25, en la sala Che Guevara de la Casa, se dieron a conocer los trabajos ganadores. En la categoría Cuento, el Premio distinguió a Todas las patas en el aire, de Rafael de Águila (Cuba); en Teatro, a Paraje Luna, de Fernando Crespi (Argentina); en Ensayo de tema artístico literario, a Óyeme con los ojos: Cine, mujeres, visiones y voces, de Ana Forcinito (Argentina); en Literatura brasileña, a Erico Verissimo, escritor do mundo, de Carlos Cortez Minchillo (Brasil); en Literatura caribeña en inglés o creol, a Tracing JaJa, de Anthony Kellman (Barbados) y en Estudios sobre la mujer, a Hilando y deshilando la resistencia, de Yanetsy Pino Reina (Cuba).
Por otra parte, Casa de las Américas entregó el Premio de Poesía José Lezama Lima a El zorro y la luna, poemas reunidos (1981-2016), de José Antonio Mazzotti (Perú); el de Narrativa José María Arguedas a La madriguera, de Milton Fornaro (Uruguay); y el de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada a Cartografía de las letras hispanoamericanas: tejidos de la memoria, a Saúl Sosnowski (Argentina).
El acto, abundante en emociones, risas, efusivas fraternidades y congratulaciones, fue breve y despojado de toda solemnidad. En el escenario, a espaldas del enorme Árbol de la Vida (la escultura de seis metros de alto creada por el alfarero mexicano Alfonso Soteno, donada a Cuba en 1975 por el Gobierno de México), se ubicaron el ministro de Cultura Abel Prieto, las autoridades de la Casa y los jurados de las distintas categorías. Tal vez para enfatizar los rasgos comunes de quienes nos reconocemos hermanos en Nuestra América, alguien condujo mi silla hasta el centro del escenario, junto a la del presidente Fernández Retamar. Haciendo gala de su fina ironía, el eminente poeta y ensayista paseó su mirada socarrona por ambos carruajes ortopédicos y sonriendo me saludó con un “¿Cómo está, compañera de… ideales?”, a lo que siguió una breve charla sobre algunos de los autores que, como Martínez Estrada, Cortázar, Borges o Gelman, él conoció e incluyó en su ensayo Fervor de la Argentina.
Lágrimas, brindis e intercambios de abrazos y direcciones electrónicas y postales fueron cerrando las diez jornadas de dichosa, enriquecedora convivencia. Al día siguiente, la mayoría de las delegaciones partían, excepto algunos que decidieron permanecer en La Habana a la espera de la inminente Feria Internacional del Libro. En nuestro caso, no quisimos regresar sin hacer una visita al Grano de Maíz, el modestísimo mausoleo elegido en vida por Fidel Castro y que hoy guarda sus cenizas en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
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